La mente de Dios

El diseño complejo es tan obvio en este mundo que algunas personas iniciaron un movimiento a favor del “diseño inteligente”. Pero nuestro Creador, quien creó a la humanidad a su propia imagen, desea que nos extendamos más allá de este pensamiento. El desea una rela personal con cada persona.

Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?” (1 Corintios 2:16).

El Creador del universo y de toda la biodiversidad evidentemente sabe todo al respecto. Este atributo de Dios se describe con la palabra “omnisciencia”. El prefijo “omni” significa “todo”, y la palabra “ciencia” significa “conocimiento”. La omnipotencia (todo el poder) y la omnipresencia (presente en todo lugar) también son atributos de Dios. Aceptamos estas cualidades de Dios por fe, sin esperar que él tenga que probarse ni que se limite a nuestro nivel de conocimiento. En los campos que no comprendemos, creemos que él tiene la razón y que nosotros somos los ignorantes.

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). El verdadero creyente, después de aceptar a Dios, nota muchas evidencias de la obra del Espíritu en su vida. ¡Dios es galardonador!

Su conocimiento es infinito

Tanto el espacio exterior como el interior parecen ser infinitos. Ambos se aproximan a la distancia de 10 elevada a la vigésima séptima potencia (1027). El hombre aún sigue extendiéndose, creyendo que ha llegado a la plenitud del conocimiento; sin embargo, Dios es el único que tiene todo conocimiento. Los científicos seculares, en su orgullo, continuamente rehúsan reconocer el diseño inteligente de Dios. En lugar de eso, dicen que la naturaleza lo hizo.

La ciencia continuamente profundiza sus descubrimientos y ve más complejidad en los sistemas biológicos. A principios del siglo XIX, se aceptó que todos los seres vivos están compuestos de células. Ya para mis años escolares (1952 – 1964), se enseñaba que la célula está compuesta de tres partes: el núcleo, el protoplasma y la membrana celular. Unas décadas después, leí que la célula, con sus moléculas mensajeras del ADN y ARN, tiene tanta actividad en sí como una ciudad importante de nuestro mundo.

Recientemente leí un artículo que describe micromotores llamados quinesinas que transportan el cargamento en la célula sobre vías llamadas microtúbulos. Una quinesina mide apenas 7 nanómetros de largo (El nanómetro es la unidad de longitud que equivale a una mil millonésima parte de un metro [1 nm = 10−9 m]). Estos mensajeros transportan provisiones tales como proteínas en paquetes llamados vesículas a sus asignados destinos. Solo el hecho de conocer la necesidad y llevarla a su destino es increíble.

Con los descubrimientos de estos fenómenos milagrosos, es de maravillarse que los científicos aún sostengan su fe evolucionaria en que todo esto ocurre accidentalmente; diciendo que la naturaleza lo hace.

Demostrar lo que ya es obvio

Cuando la persona racional toma el tiempo para considerar las complejidades y asombrosas hazañas de la naturaleza a nuestro alrededor, se maravilla. Algunas de las actividades realizadas por las plantas y los animales parecen tan improbables que únicamente mediante el diseño y el instinto es posible que vivan, se polinicen, se propaguen y sobrevivan.

Un ejemplo es la planta de yuca (Yucca filamentosa) y la palomilla (Tegeticula). Dependen la una de la otra para propagar su especie. No sería posible que la planta evolucionara y luego tuviera que esperar la evolución de la palomilla. La planta depende de la palomilla para hacer una vaina de polen y llevarla al estigma de otra flor para polinizarla. Esta es la única planta que usa esta palomilla. La acción de la palomilla produce semillas, pero en el proceso pone unos huevos dentro de la flor. La larva se come unas cuantas semillas, pero ambas razas se propagan. Existen numerosas relaciones simbióticas en la naturaleza en que uno no puede vivir sin el otro. Los líquenes son resultado de la cooperación entre las algas y los hongos.

El hombre, corona de la creación de Dios, razona mucho más allá que los animales. Sin embargo, Dios ha puesto ciertas habilidades dentro de los animales por medio del instinto que superan nuestras habilidades. El colibrí pega su nido con telarañas; además, cruza sin parar el golfo de México. Los delfines poseen sónar y las serpientes tienen sensores de calor.

Otra planta con un complicado sistema de polinización es la orquídea de copa originaria de América Central y América del Sur. Dios diseñó esta flor con copas llenas de un líquido aromático que cae de unas glándulas en la parte superior. La abeja euglossa es atraída por este aroma, y cae dentro del líquido. Al buscar la salida, descubre un túnel. Mientras atraviesa el túnel hacia la libertad, el polen de la orquídea se le pega en el lomo. Esta abeja es atraída nuevamente por la fragancia y vuelve a caer en la copa. La segunda vez que atraviesa el túnel, el polen que lleva en el lomo queda pegada al estigma de la orquídea y la flor queda polinizada. ¿Quién puede diseñar un plan tan detallado para que funcione? ¡Únicamente la mente de Dios! “Reflexionaba en las obras de tus manos” (Salmo 143:5).

El diseño complejo es tan obvio en este mundo que algunas personas iniciaron un movimiento a favor del “diseño inteligente”. Pero nuestro Creador, quien creó a la humanidad a su propia imagen, desea que nos extendamos más allá de este pensamiento.

Él desea una relación personal de comunión con nosotros. Esto se realiza en la iglesia mediante la adoración personal, familiar y congregacional. Se le dice a este cuerpo de creyentes: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). Ahora piensan de acuerdo con Dios (“haya, pues, en vosotros este sentir”). El crecimiento de pensamientos y acciones rectas es una obra continua: “Crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:15).

La mente del Padre y el Hijo

La Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son completamente divinos; sin embargo, cada uno tiene su propio trabajo y papel que desempeñar. El Espíritu Santo nos lleva a Jesús quien nos reconcilia con el Padre.

Se dice de Jesús: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Sin embargo, nos puede parecer extraño que la voluntad del Padre y la del Hijo fueran diferentes en el huerto de Getsemaní. Jesús, el Hijo perfecto de Dios, sufrió al aceptar la cruz por nuestra redención, sudando como grandes gotas de sangre, y finalmente dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

El hecho de que Jesús aceptó ser el sacrificio requerido por el Padre para nuestra salvación es lo que les trajo gloria eterna a él y a los santos. “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8-9). Jesús no fue forzado como un robot. Su elección voluntaria de morir por los pecados del mundo hizo que su sacrificio fuera acepto ante Dios.

Jesús tampoco sabe todo lo que sabe el Padre. Cuando habló de su segunda venida al mundo, “que vendrá en las nubes con gran poder y gloria”, dijo: “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13:26, 32). El espíritu de Dios no contenderá para siempre con el hombre (Génesis 6:3). Cuando la copa de iniquidad del mundo se llene y Dios mande a Jesús, él vendrá con poder y gran gloria para juzgar al mundo en justicia (Mateo 24:30).

La mente de Cristo en nosotros

El hombre, en su orgullo, intenta bajar a Dios a su nivel y sobrepasarlo en su razonamiento. “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Romanos 1:22-23). Los que no adoran a Dios adoran a la naturaleza y a los ídolos. Pero aun los que profesan ser cristianos degradan a Dios cuando lo llaman “diosito”. Dios es superior a la mente del hombre. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8).

Sin embargo, al cristiano se le manda vestirse de la mente de Cristo. “Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16, Gálatas 3:27). Adquirimos esta mente por medio del nuevo nacimiento y de la presencia del Espíritu Santo que mora en nosotros. El Espíritu Santo nos da conocimiento de la justicia mediante la Palabra de Dios. “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” ( Juan 14:26).

Formular el plan de la salvación

Desde el principio Dios sabía que el mundo se corrompería a causa del pecado y, por lo tanto, necesitaría un Redentor. Pero aun así él llevó a cabo su plan redentor para obtener un remanente que lo amara. En el plan de Dios, Jesús fue el “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). A través de la historia, en “el cumplimiento del tiempo”, Dios llevó a cabo su plan. Se escogió una familia (Génesis 18:18-19), la ley fue entregada en el Monte Sinaí (Éxodo 20), Jesús vino y murió por el pecado (Mateo 1:21) y el evangelio fue esparcido por toda la tierra (Isaías 49:6). Estamos en espera de la promesa de su regreso para poner a todos sus enemigos bajo sus pies, de los cuales el último en derrotar es la muerte (1 Corintios 15: 24-28).

¡Qué gran amor el que formuló el plan de la salvación! ¡Maravillosa la gracia que la trajo al hombre!

  • Fuentes: La Biblia – La Palabra de Dios
  • La obra de tus dedos – Pablo Yoder
  • “Answers” (revista de Respuestas) – noviembre, diciembre 2019

De: Una mano amiga

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Español
Otè
Elvin Stauffer
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