[Dios] de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros.
–Hechos 17:26-27
Este pasaje de la Biblia dice que Dios hizo a todas las personas de “una sangre”. Pero ¿qué diremos de las diferentes “razas” en el mundo? Si todos venimos de Adán y Eva, ¿por qué nos vemos tan diferentes unos de otros?
Miremos brevemente la genética, usando el tono de la piel como ejemplo. Usaremos las letras AaBb para representar los genes que codifican el tono de la piel. “AB” se refiere a los genes con gran cantidad de melanina, el principal pigmento responsable del tono oscuro de la piel; y la “ab” se refiere a los genes con poca melanina, que resulta en una piel más clara.
Si empezamos con padres que poseen el AABB, sus hijos tendrán una combinación de genes que resultará en piel oscura. Si fuera con padres que tienen aabb, entonces sus hijos obtendrán una combinación que resultará en piel clara. Si los padres tienen AaBb, las combinaciones de esos genes podrían cubrir una amplia gama de tonos de piel que sus hijos podrían poseer en tan solo una generación.
Esto es muy simplificado; nuestros genes son increíblemente complejos. Sin embargo, esto ilustra un principio básico que sigue siendo verdad en esa complejidad.
Ahora bien, ¿por qué es importante esta característica de la genética a la pregunta general de la “raza”? ¡Porque demuestra que es posible que una pareja tenga toda la información genética que tiene hoy la población mundial! Adán y Eva la habrían tenido y también Noé y su familia deben haberla tenido. Por supuesto, con el tiempo hemos llegado a ser más especializados como grupos de personas y en general tenemos menos información genética que la gente de aquel entonces. Por esto no vemos esa variación hoy. Vemos que la genética no contradice la Biblia cuando dice que solo hay una sola sangre/raza.
Sin embargo, todavía nos preguntamos por qué tenemos diferencias físicas tan distintas entre los grupos étnicos hoy día. Notemos un acontecimiento que cambió el mundo y que podría explicar esto.
Poco después del diluvio mundial, cuando Noé y su familia finalmente habían abandonado el arca, Dios mandó que se esparcieran y volvieran a llenar la tierra. Sin embargo, a medida que la gente se multiplicaba, comenzaron a resistir a Dios. Unos 100 a 130 años después del diluvio,1 muchos de ellos se reunieron en el valle de Sinar (probablemente el Iraq moderno) y comenzaron a construir la ciudad y la torre de Babel, con la intención de hacerse un nombre y de evitar esparcirse sobre la tierra. Dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra (Génesis 11:4).
Puesto que Dios les había mandado que se esparcieran y llenaran la tierra, su intento de permanecer juntos fue un acto intencional de rebeldía. A fin de cuentas, Dios confundió sus planes. Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero (Génesis 11:6-7). Hasta este momento, todos hablaban el mismo idioma, pero este fue el momento en que Dios les confundió el idioma.
Esto fue muy efectivo. Si bien, es un tanto inquietante estar en un país extraño donde no entendemos el idioma, ¡ciertamente no quisiéramos edificar una torre con personas cuyo idioma no entendemos! En consecuencia, se dispersaron sobre la faz de la tierra, posiblemente divididos por familias.
El grupo de personas de la torre de Babel habría tenido una gran variedad de información genética entre ellos; un patrimonio genético con mucho potencial de la diversificación. Cuando se esparcieron, diferentes partes de ese patrimonio genético tomaron rumbos distintos. Probablemente fueron bastante aislados los unos de los otros mientras exploraban, migraban y construían civilizaciones, lo que ayudó a desarrollar características específicas y consistentes de su clan. Por supuesto, se vuelve más complicado que eso, especialmente cuando en algunas ocasiones estos grupos étnicos se han mezclado o se han adaptado a sus entornos mediante cambios epigenéticos, la función de los genes que no implican cambios en la secuencia del ADN. Sin embargo, este artículo da el cuadro amplio de cómo se formaron todos los grupos de personas que conocemos hoy.
Entonces, ¿existen diferentes “razas” de personas? En realidad no. La Biblia dice que todas las naciones son hechas de una sangre, una raza: la raza humana. Dios creó a los dos primeros humanos, Adán y Eva, y les dio una enorme variación de información genética. Ellos transmitieron esta información a sus descendientes, incluyendo a Noé y su familia. En la torre de Babel, ese rico patrimonio genético se dividió y se esparció sobre la tierra, donde cada grupo de personas comenzó a formar sus propias características basadas en su subconjunto de ese patrimonio genético. A lo largo de la historia, los grupos de personas se han mezclado y adaptado hasta el día de hoy.
Todos descendemos de Adán y Eva y fuimos hechos a la imagen de Dios. Hay solo una raza humana, y todos somos familia. Sin importar la apariencia de las personas, todos somos completamente humanos y de igual valor infinito a los ojos de Dios. Aunque la tendencia del mundo es división y odio, escucha lo que se nos manda en Gálatas 3:28: Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. La verdadera diferencia que importa, considerando la eternidad, es si estamos “en Cristo” o no. Sin importar en cuál rama del árbol genealógico estemos, asegurémonos de creer en Cristo Jesús como nuestro Señor y Salvador.
~Denton Ford
Fuentes:
1. Hodge, Bodie, “Tower of Babel: The Cultural History of Our Ancestors” (La torre de Babel: la historia cultural de nuestros antepasados) (Green Forest, Arkansas: Master Books, 2012), 37-41.
De: Una mano amiga