“Santo, santo, santo”, claman los serafines en Isaías 6:2-3: “Toda la tierra está llena de su gloria”. A ellos se unen cuatro seres vivientes que rodean el gran trono en Apocalipsis 4:8-9, que también cantan: “Santo, santo, santo... el que era, el que es, y el que ha de venir”. En estas dos visiones se manifiesta la gloria de la santidad de Dios. En Apocalipsis dice que estos seres celestiales cantan día y noche sin cesar al que está sentado en el trono, al Señor Dios Todopoderoso que vive por los siglos de los siglos. No ha habido nunca una alabanza tan excelsa y un reconocimiento tan glorioso como lo que vemos alrededor del trono de Dios. A él le atribuyen la gloria, el poder, y la magnificencia . . . al Dios tres veces santo. Su santidad es un atributo sobresaliente y reconocido continuamente y sin cesar por los que están en su santa presencia. ¿Cómo respondemos ante esta santidad? En el Salmo 99:9 dice: “Exaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante su santo monte, porque Jehová nuestro Dios es santo”. El Salmo 30:4 nos manda a nosotros los siervos de Dios, a unirnos a ese canto: “Cantad a Jehová, vosotros sus santos, y celebrad la memoria de su santidad”.
La palabra “santo” significa “ser limpio, separado del pecado y consagrado a Dios”. Dios es santo, absolutamente limpio y separado de todo pecado. En la esencia de su persona, Dios es perfectamente limpio, sin defecto. Su santa persona no tiene ni sombra de contaminación; es totalmente pura.
La persona y el carácter de Dios definen qué es santo y qué es inmundo. Él es el origen de todo y por esa razón, su persona delinea lo que es bueno y lo que es malo. Todo lo que es conforme a su carácter es bueno y santo. Todo lo que no es según su carácter es inmundo, un engaño, y una mentira.
Dios es celoso de su santidad. En Josué 24:19 dice: “porque él es Dios santo, y Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados”. ¿Por qué es celoso de su santidad? Porque las reglas de su santidad se basan en su carácter que no puede cambiar. Por lo tanto, la ley o las normas de su santidad no pueden variar de su persona. Toda variación de las verdades de su santidad, por lo tanto, son mentira. Él no puede cambiar las leyes de su verdad porque su persona nunca cambia. El Santo de Israel es muy celoso de su verdad y su santidad por causa de su nombre y por quien es él. Su ira se derrama sobre todo lo inmundo porque no es verdad. Es mentira y engaño, y desvía de su santa persona.
El ser humano es tan contaminado y falto de entendimiento que le es difícil aun entender la perfecta santidad de Dios. Por lo tanto, cuando se halla en la presencia del santo Dios, reacciona con temor y espanto porque la santidad expone la magnitud de su inmundicia. Así le sucedió al profeta Isaías cuando los serafines cubrían sus rostros por la gloriosa santidad de Jehová y clamaban: “Santo, santo, santo”. En esa presencia tan santa el profeta angustiado por su vileza clamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Cuando él confesó su pecado, Dios envió un ángel con un carbón encendido para limpiarlo de su inmundicia. Pero Isaías era un ser humano.
Moisés dice en Éxodo 15:11: “¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?” Salmo 99:3 lo describe de esta manera: “Alaben tu nombre grande y temible; él es santo”.
Aunque la santidad de Dios sea causa de temor y espanto para el ser humano, Dios desea revelar este atributo de su persona a nosotros. Él quiere que lo conozcamos y aprendamos de su santidad.
Según Proverbios 9:10, la santidad de Dios nos enseña la sabiduría: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia”. Toda sabiduría verdadera se basa en la santidad de Dios. Es decir, la santidad de Dios define lo que es sabio. Todo lo que no es según la santidad de Dios no es sabiduría, es necedad. En Salmo 53:1 nos explica: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios. Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; no hay quien haga bien”. Éstos son los resultados de los que no toman en cuenta la santidad de Dios.
A algunos les causa miedo pensar en la santidad de Dios. Otros creen que es un tema aburrido y poco atractivo. Pero la Biblia nos aclara que la santidad es gozo, delicia, y libertad. Salmo 16:11 describe la presencia santa de Dios, diciendo: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. 2 Corintios 3:17 nos enseña: “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. El pueblo que vive en santidad, goza del apoyo y la protección de Dios. “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:5-6).
Dios nos invita a conocer y experimentar su santidad. En el Antiguo Testamento Dios dijo: “Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Levítico 19:2). En el Nuevo Testamento nos dice: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”. (1 Pedro 1:15-16).
Al ser nosotros tan indignos, tan pecadores, ¿cómo nos limpiamos? ¿Cómo alcanzamos la santidad de Dios?
Como pecadores que somos, no logramos nada con el Dios santo por medio de tratar de probar o demostrar que somos buenos. Siempre salimos perdiendo cuando tratamos con fuerza propia lograr un nivel de santidad. Es todo lo contrario; es necesario reconocer que somos pecadores. En 1 Juan 1:8-9 nos explica: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” Nota que dice: “limpiarnos de toda maldad”. Él hace la obra de santificación en nosotros.
Tampoco podemos ofrecerle a Dios alguna ofrenda o paga para lograr la santidad. Después que el rey David pecó groseramente, él con toda razón dijo: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17). Dios santifica al arrepentido.
El profeta Isaías también testificó de esto diciendo: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15). Cuando Dios viene a habitar en el corazón arrepentido y quebrantado, el corazón es santificado con su presencia.
En 1 Corintios 6:9-11 nos dice unas preciosas palabras. La primera parte enumera nuestros pecados en los cuales anduvimos en otro tiempo. Pero nota las palabras lavados y santificados. “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.” Antes éramos viles pecadores, pero hoy somos lavados y santificados en el nombre del Señor Jesucristo.
Otro paso importante para alcanzar la santidad es obedecer a la verdad. En vano procuramos la santificación si no estamos dispuestos a obedecer lo que Dios nos manda. Así lo dice 1 Pedro 1:22: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”.
Dios desea que crezcamos en la santidad, y una de las cosas que usa es la disciplina para que lleguemos más a su semejanza. Hebreos 12:9-10 dice: “Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.”
Gracias a Dios, por medio de Jesucristo, podemos conocer la libertad, el gozo, y la delicia de la santidad de Dios. Solamente con arrepentirnos ante el Dios santo y con tener a su presencia dentro de nosotros podemos ser santificados.