La apostasía será juzgada

Los apostatas serán convencidos de su maldad, condenados, y sufrirán el castigo del fuego eterno. ¡Qué fin más terrible! Es con razón que Judas tenía este celo por la iglesia; quiere que evitemos este fin tan horrendo. Debemos más bien contender y luchar ardientemente por la fe.

En los últimos números de la Antorcha de la Verdad hemos mirado una serie de enseñanzas basadas en el libro de Judas acerca de contender ardientemente por la fe. Este libro, aunque pequeño, no fue concebido livianamente. Judas nos dice que escribió con toda solicitud. Invirtió todo su diligencia y esfuerzo en esta exhortación que compartió con sus hermanos en Cristo.

El celo de Judas nos recuerda de que nosotros también debemos tomar en serio estas advertencias y luchar fervientemente por lo que nuestro Señor nos ha encomendado.

Ya hemos notado cinco lecciones que podemos aprender de esta carta. En el primer número del año en curso, fuimos exhortados a sostener firmes lo que Dios nos ha dado. El versículo 3 de Judas nos recuerda que nuestra fe nos fue dada una vez. No ha cambiado a través de la historia. Cristo vino y estableció un nuevo pacto que es el cumplimiento del Antiguo Pacto (Mateo 5:17), pero no destruyó lo antiguo. Él realizó su maravilloso plan que tenía desde antes.

La carta también nos exhorta a evitar el camino de Caín (v.11), que permitió que su egoísmo y orgullo lo llevaran a cometer un homicidio. No creo que alguna vez Caín se hubiera imaginado llegar a este extremo. Pero estaba tan centrado en sí mismo; en sus ideas y gustos que descargó su ira y culpabilidad contra su hermano. No estuvo dispuesto a humillarse y reconocer que él mismo era el problema.

Estudiamos la historia del error de Balaam (v.11), y vimos que su avaricia lo llevó a desechar los mandamientos de Dios para conseguir bienes materiales. Aunque al principio del relato parece que verdaderamente buscaba el mandato de Jehová, al final rechazó abiertamente sus propósitos y se opuso activamente a su voluntad. Hizo todo lo posible para hacer pecar a Israel y así probablemente pensaba conseguir la recompensa que le había ofrecido Balac.

Vimos la contradicción de Coré (v.11), que se rebeló contra Dios y quiso establecer su independencia. Quiso probar que todos eran santos delante del Señor, que todos tenían el derecho de vivir a su manera, y que nadie tenía que sujetarse a la autoridad de otro. Rechazó completamente el hecho de que otro tuviera autoridad sobre él.

En el último número, analizamos el carácter más amplio de estas manchas en nuestros ágapes. Tuercen la libertad de Dios, usándola como justificación para agradar a la carne. No respetan las potestades espirituales, y las blasfeman, pues no las comprenden. Tal persona se encuentra muy vulnerable, pues no tiene ninguna defensa preparada contra el enemigo.

Ahora, ¿dónde están estos falsos maestros? Judas nos hace ver que estas personas estaban en la iglesia de aquella época. Y, si ya estaban en la iglesia del primer siglo, cuanto más hoy. Son una amenaza para nuestra salud espiritual, y buscan la ruina de la iglesia.

En este escrito, deseo que el énfasis sea un ánimo para usted y a la vez, que sirva de advertencia. Jesús y todos sus ángeles vendrán a juzgar a estos impíos. Sufrirán consecuencias por sus hechos y engaños como las hubo en los casos de Caín, Balaam, y Coré. En los casos de Coré y Balaam, recibieron la pena de muerte. Como castigo por su pecado, Caín fue desterrado, y tuvo que andar errante en la tierra, marcado para que no lo matara alguno que lo encontrase.

Judas nos advierte que estos impíos quedarán convictos por Dios. Serán totalmente convencidos de su maldad, condenados, y castigados. Según el versículo 23, los malos sufrirán el castigo del fuego eterno. Qué fin más terrible. Es con razón que Judas tenía este celo por la iglesia. Él quiere que evitemos este fin tan horrendo.

Sin embargo, nuestro interés no debe ser sólo el de evitar este fin. Debemos más bien contender y luchar ardientemente por la fe. Y no sólo en el libro de Judas hallamos este mandamiento. “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que (…) oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses 1:27). “Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo, para que conforme a las profecías que se hicieron antes en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia” (1 Timoteo 1:18).

Pudiéramos ver muchos versículos más. Creo que muy a menudo consideramos la batalla del cristiano como un esfuerzo defensivo, como una lucha para soportar las tentaciones y pruebas, haciendo todo lo posible por no pecar. Pero estos versículos nos indican que no se trata sólo de resistir el mal. Es también una contienda ofensiva. Es decir, se trata de una lucha en que se asume una postura active para vencer al enemigo. Debemos seguir adelante sin temor. Nuestra marcha tiene un propósito. Notemos lo que dice Filipenses 1:28: “…en nada intimidados por los que se oponen.”

Pasemos ahora a los versículos 22 y 23 de Judas: “A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor.”

¿Lo vemos? No es una lucha meramente defensiva. Debemos activamente buscar a los que dudan y convencerlos. Tenemos la verdad. No podemos intimidarnos a causa de los enemigos. Más bien, si estamos de parte de la verdad, debemos siempre estar preparados para presentar defensa (1 Pedro 3:15). También debemos convencer a los que se oponen de modo que no tengan de qué acusarnos (Tito 1:9-11). Deseamos ser salvos del juicio de Dios. Pero no solo eso, sino que también queremos que otros sean salvos.

Ahora, ¿cómo podemos prepararnos para enfrentar esta contienda? Judas nos da algunas reglas importantes.

La primera es evitar las divisiones. En el versículo 19 nos dice que las divisiones son causadas por estas personas que hemos examinado en los estudios anteriores. Nosotros debemos hacer lo contrario. Veamos lo que dice Filipenses 1:27: “Solamente que os comportéis como es digno del evangelio de Cristo, para que (…) oiga de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio”.

No cabe duda de que la única forma en que podremos vencer es luchar al lado del hermano, ayudándonos mutuamente.

Como segunda regla, Judas nos manda edificarnos mutuamente sobre nuestra santísima fe (v.20). Esto va un paso más allá de la unidad; no sólo debemos alcanzar acuerdos; debemos buscar activamente el bien del hermano y ayudarle a crecer en su vida espiritual.

“Hágase todo para edificación” (1 Corintios 14:26). “Siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:15-16). Otra vez, éstos son solamente dos de los muchos versículos que nos hablan de la importancia de buscar el crecimiento del hermano.

La tercera regla es orar (v.20). Es necesario que nos mantengamos en contacto continuo con nuestro Padre celestial. Si en nuestra experiencia con Cristo, no estamos llegando a conocer cada vez mejor a Dios por medio de nuestra comunicación con él, ¿cómo sabremos servirle como él lo desea?

En este versículo se resalta un punto muy importante. Debemos orar “en el Espíritu Santo”. ¿Por qué es esto tan importante? Hay por lo menos dos razones. Para empezar, Dios no nos escucha si no pedimos debidamente. Santiago dice: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). Si le pedimos a Dios para complacer nuestra carne, no recibiremos lo que pedimos. Al contrario, si pedimos de acuerdo con la voluntad de Dios, él nos responderá. “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”(1 Juan 5:14).

La segunda razón está relacionada con la primera. A veces no sabemos cómo debemos pedir, pero el Espíritu Santo nos ayuda. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26-27). Cuando no sabemos qué pedir, o cuál es la voluntad del Señor en algún caso, el Espíritu Santo intercede por nosotros ante Dios. Podemos llegar delante de él con toda confianza, pues sabemos que, si nuestro corazón está bien con Dios, el Espíritu intercederá a nuestro favor.

La cuarta regla es mantenernos en el amor de Dios (v.21). No debemos hacer nada que nos haga perder su favor. La forma de mantenernos en su amor es muy sencilla. Jesús mismo nos explica cómo hacerlo. “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:10). Es sencillo, ¿verdad? Sencilla mente guardar los mandamientos de Jesús. Lamentable mente, nuestra naturaleza caída se rebela en contra de la obediencia. Pero es indispensable si deseamos permanecer en el amor de Dios.

La quinta regla es esperar la misericordia de Jesucristo (v.21). Esto significa perseverar sin desmayar. No alcanzamos nuestra meta final inmediatamente. Enfrentamos luchas, dificultades, y pruebas en el camino. Pero si perseveramos, si permanecemos en el amor de Dios y esperamos la misericordia de Jesucristo, alcanzaremos la vida eterna. Veamos otra declaración de nuestro Señor: “Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 10:22).

Perseverar exige que nuestro enfoque esté siempre en la meta, en nuestro propósito. No podemos distraernos ni tener otra prioridad. Por naturaleza seguimos lo que ocupa el primer lugar en nuestra vida.

Entonces, ¿qué podemos decir? Como dijimos al principio, la apostasía será juzgada. En los artículos anteriores de esta serie, vimos cómo son los apóstatas que buscarán corrompernos. Ellos serán castigados. Nosotros no deseamos dejar a nuestro Dios. Queremos seguirlo a dondequiera que nos llame. Debemos mantener nuestro enfoque en el objetivo verdadero y seguir fielmente a nuestro Dios para que después del juicio, estemos a su lado.

“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 25).

Tomado de: La Antorcha de la Verdad (noviembre - diciembre 2017)

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语言
Español
作者
Ronald Yoder
出版社
Publicadora La Merced
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