La contradicción de Coré

Queramos o no, Dios espera que nosotros nos sometamos a las autoridades que ha puesto en nuestra vida. La bendición, la pureza, y la victoria son el resultado de vivir dentro del orden y las reglas establecidas por Dios. Y estas bendiciones Coré, por su rebeldía, no pudo experimentar.

Un espíritu de independencia

Judas, en su epístola utiliza tres personajes del Antiguo Testamento: Caín, Balaam, y Coré, para ejemplificar las doctrinas falsas que contribuyen a la apostasía de los postreros días. En el versículo da una descripción de estos errores que entran encubiertamente en la iglesia. Menciona “hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo”. Judas usa a Coré como un ejemplo de los que tienen un espíritu de independencia y que “rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores” (v.8). Judas destaca este error como una amenaza a la fe cristiana en la persona de aquel levita, Coré. Identifica esa característica como la “contradicción de Coré”. La palabra “contradicción” se traduce de la palabra griega anti-lego. Esto significa “hablar en contra de” o “en oposición a otro”. Se refiere a contradecir a otro u oponérselo. En el caso de Coré, él se opuso a Moisés, la autoridad que Dios había puesto sobre él.

La historia de Coré se encuentra en Números 16. Ya habían muerto todos los espías que se habían rebelado cuando Dios mandó conquistar la tierra de Canaán. Coré, junto con Datán y Abiram, reunió 250 hombres de renombre, príncipes de la congregación de Israel, y armó una rebelión contra Moisés y Aarón. Se pusieron delante de Moisés y Aarón y dijeron: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:3).

Cuando Moisés oyó estas palabras, se postró sobre su rostro. Pero, en realidad, Coré y sus hombres se habían rebelado contra Dios. Esta trágica historia termina con el relato de cómo Dios hizo que se abriera la tierra y se tragara a todos los hombres de Coré junto con sus casas y sus bienes.

Pero la oposición o “contradicción” no terminó allí. El mismo espíritu de rebeldía de Coré y sus partidarios había contaminado a toda la congregación, la cual se levantó en contra de Moisés (v.41). Por causa de esa rebelión, Dios castigó al pueblo con la muerte de 14.700 personas (v.49). Este juicio tan severo nos muestra claramente como el único y soberano Dios ve “la contradicción de Coré”, la rebeldía en contra de los que Dios ha puesto en autoridad.

Coré y sus partidarios mostraron un espíritu de independencia, la idea de que soy suficiente por mí mismo y no tengo que sujetarme a otro. Ese espíritu es una característica de los últimos tiempos también. “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos” (2 Timoteo 3:2). A esta lista se pudiera añadir mucho más. Es una descripción de los que no admiten la autoridad de otro sobre ellos. Es la misma actitud de los que dijeron: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). Cuanto más predomina el humanismo o la exaltación del hombre, más incrementa el concepto de que “nadie me manda”. La idea de que “yo soy amo de mi vida” es cada vez más la manera de pensar de la gente. En su famosa poesía, William Henly dice así: “Yo soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”. El ser humano cree que es invencible, y que tiene el derecho de conducirse según sus propios gustos, sin respetar las convicciones de otros, ni la moralidad establecida por Dios. No respeta la autoridad que interfiere con sus ideas. Vive en rebeldía y desobediencia, satisfaciendo su ego. Es cierto, la rebeldía y la desobediencia tienen su origen en el huerto de Edén, pero han llegado a su colmo en estos tiempos modernos, sobre todo en los últimos 50 años.

¿Qué produjo este fenómeno de anarquía tan extendido que vemos hoy? 

Comenzamos con la Biblia, la Palabra que Dios nos ha dejado como fundamento. Una fe firme en Dios viene por medio de oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Esa fe consiste en creer en Dios y en que Dios creó este mundo y el universo. La persona cree que Dios es soberano, eterno, y santo, y que su Palabra permanece para siempre. El resultado de una vida que ha sido edificada sobre este fundamento y sobre estos principios es una persona rendida a la voluntad de Dios que vive en obediencia a su santa ley. Tal persona se sujeta a la moralidad y justicia que Dios ha establecido. Según este modelo, el hombre es siervo, un siervo de Dios. Puesto que es siervo de Dios, también lo es de su prójimo. Vive conforme al corazón de Dios y así puede ver a sus semejantes como Dios los ve. Los ve con compasión y busca oportunidades para servirles y bendecirlos. En este modelo, la persona aprecia la ley absoluta de Dios y la acepta como ley para su vida. Procura poner por obra esos principios bíblicos en la vida diaria.

Cuando un niño aprende a obedecer en el hogar, en la escuela, o en la comunidad, encuentra seguridad y la afirmación por parte de las personas en autoridad sobre él. También se prepara para oír la voz de Dios, como lo hizo Samuel, y responder: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye”. Éste es el modelo del “siervo responsable” que reconoce a Dios y su santa ley en su vida.

Pero en el caso de la mayoría de personas hoy día, el hombre ha dejado fuera a Dios y cree que así evita la responsabilidad de obedecerlo.

El humanismo fue introducido a principios de los años 1800 por un teólogo luterano alemán. Afirma la capacidad del ser humano de superar su vida por medio de razonar y por medio de su propia inteligencia. El humanismo ha llegado a excluir la necesidad de Dios, ya que cree en la superioridad del ser humano y su capacidad. El hombre empieza con sí mismo y termina con sí mismo. La ética moral es establecida por el hombre mismo y no toma en cuenta las leyes altas e incambiables del Dios eterno.

Esta manera de pensar predomina en la sociedad moderna. Se promueve con insistencia en el sistema educativo, se propaga por los medios de comunicación, y se ha infiltrado en la mayoría de la música moderna. Los gobiernos han abierto la puerta al libertinaje en la legislación permisiva y antibíblica que vemos hoy. Cuando no se toma en cuenta a Dios, no hay absolutos. Cuando no hay absolutos, no hay autoridad. Esto, junto con la política de hoy día y la insistencia en derechos sin responsabilidades, abre la puerta a que los impulsos de la carne decidan el rumbo de la sociedad. Los parámetros morales han sido rechazados por la “amoralidad”.

Se cree que se vive fuera de lo que ha sido establecido como moralmente correcto o incorrecto. El hombre es su propio “dios”. Por eso, la sociedad pudo llegar a aceptar el divorcio y las segundas nupcias, la desnudez, el matrimonio homosexual, el aborto, la pornografía, y los derechos de los transgénicos. Por eso, la virginidad es causa de burla, y predomina la actitud de que “si se siente bien, hágalo”. Pero esta manera de pensar lleva a la autodestrucción de cualquier persona o cultura.

La “generación Y”, también conocida como la “generación del milenio” se compone de los que hoy tienen entre 18 y 33 años. En gran parte, son ellos los que comenzaron a formar los conceptos y valores que vemos hoy. Los de la “generación Y” también son conocidos como la “generación selfie”. El término “selfie” viene de la palabra “self” en inglés que significa “yo” o “sí mismo”. Hoy día, el uso del término “selfie” se refiere a una fotografía de sí mismo tomada por uno mismo, ya sea solo o acompañado, con un teléfono celular. Pero la “generación selfie” representa los valores, o más bien la falta de valores, de muchas personas hoy día que se tienen en muy alta estima a sí mismas. Esta generación fue creada con una “dieta” de humanismo secular, alimentada con la televisión, y reforzada con una educación basada en la evolución. Aunque se oye de Dios por parte de personas mayores, o en algún culto o misa, es “la corriente” de la sociedad la que forma los valores. Algunas personas mayores al principio resisten el desarrollo de esta amoralidad de la juventud que se viste, actúa, y acepta todo que la cultura dicta. Sin embargo, con el paso del tiempo se ven obligados a ceder a la presión moderna. La “generación selfie” describe bien la actitud de Coré y sus partidarios. Ese egoísmo que coloca al “yo” en el trono y busca mantenerse sólo a sí mismo es la misma actitud de Coré. Esa actitud que dice que nadie me manda y que no tengo que someterme a nadie es la misma actitud de Coré.

La “generación del milenio” también es conocida por su independencia. Son personas que rehúsan comprometerse con algún grupo y categorizan a las tradiciones establecidas como costumbres anticuadas y las rechazan.

Pensemos ahora en la iglesia y el mundo religioso. Lamentablemente, la iglesia se ha visto fuertemente afectada por esta mentalidad torcida. Los que piensan igual que la “generación selfie” no quieren unirse a una congregación. No les interesa comprometerse con una hermandad. Y si tienen algún interés en una iglesia, buscarán una que se conforme a sus gustos. Su enfoque está en sí mismos. De hecho, hay muchas iglesias que ofrecen lo que la gente busca. En vez de pedir “requisitos para entrar”, tratan de ajustarse a lo que la gente busca. De esto habla la carta de Judas. Obviamente, tal “iglesia” no exige sumisión a la autoridad de la Palabra de Dios, ni a los pastores. Ajusta el mensaje de la Biblia al estilo de vida de la gente en vez de ajustar el estilo de vida a la enseñanza bíblica. El “nuevodios” que resulta es el “dios” que se ajusta a lo que la gente busca para sí. Coré se hubiera sentido cómodo en tal situación; sin necesidad de abnegación, ni cruz, ni humildad, ni sumisión.

Hoy día se cree que exigir obediencia no es justo. Se considera desagradable someterse a una ley divina. La sociedad dice que exigirle al niño que se someta a normas y límites lo atrasa en su desarrollo.

¿Es correcta esa manera de pensar? ¿Es Dios injusto cuando exige obediencia a su Palabra? ¿Es verdad que se entorpece el desarrollo del niño cuando se le exige respetar normas, límites, y mandamientos desde una edad temprana? La Biblia misma nos da la respuesta: “El muchacho consentido avergonzará a su madre” (Proverbios 29:15).

Si observamos lo que sucede en nuestra sociedad, y el rumbo en que van los jóvenes de nuestra generación, podemos entender lo que afirma este proverbio. José, Daniel, y Rut fueron personajes del Antiguo Testamento que aceptaron la voluntad divina y ajustaron sus vidas para someterse a la autoridad de Dios. Muchos escogen su propio camino, pero muy tarde se dan cuenta de que éste los lleva a la muerte (Proverbios 14:12). Notemos un pasaje más en 2 Pedro 2:9-10: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio; y mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores.” Esto describe claramente a Coré en su oposición a la autoridad de Moisés.

Queramos o no, tenemos que practicar la obediencia de alguna forma u otra. Aun el más rebelde se somete a ciertas leyes de la vida. El jugador de fútbol tiene que vivir con reglas. La cancha de fútbol tiene ciertas dimensiones especificadas, la portería tiene un tamaño predeterminado, y el juego tiene sus reglas. Todos en el equipo tienen que jugar dentro de los parámetros de esas normas.

Cuando todo el equipo trabaja en unidad dentro de ese marco, ellos mismos son los beneficiados. Nadie va al estadio para medir el campo antes de un partido. Tampoco tiene que leer el libro de reglas cada vez para asegurarse de que todos estén de acuerdo. De antemano se espera de los jugadores que respeten lo antes establecido.

Así es la vida cristiana. Dios espera que nosotros nos sometamos a las autoridades que ha puesto en nuestra vida. La bendición, la pureza, y la victoria son el resultado de vivir dentro del orden y las reglas establecidas por Dios. Coré, por su rebeldía, no pudo experimentar esto. Pero hoy tenemos la oportunidad de humillarnos, quitar de nosotros el orgullo, postrarnos ante Dios, y someternos a sus leyes y mandatos. Rindámonos a Dios y a la iglesia de Cristo que vive según los mandatos bíblicos, y así nunca seremos arrastrados por “la contradicción de Coré”.

Tomado de: La Antorcha de la Verdad (julio - agosto, 2017)

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Lingua
Español
Autore
Eugenio Heisey
Editore
Publicadora La Merced
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