El problema del hombre de envejecer y morir ha llevado a mucho estudio, experimento y viaje. La muerte se considera un enemigo. Jesús la derrotó en el Calvario y es el último enemigo que derrotará en la consumación de los eventos mundiales.
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá.” (Ezequiel 18:4)
Cuando el hombre dejó la perfección en la cual fue creado “a imagen de Dios”, su vida fue acortada a unos mil años. Hoy, podemos llegar a vivir aproximadamente a los cien años. Pocas personas pasan de los cien años. La persona más longeva en los tiempos modernos llegó a los 122 años, y falleció en 1997. También cabe destacar que las personas que llegan a los cien años no disponen de ninguna dieta constante ni fórmula para afrontar el envejecimiento.
El problema del hombre de envejecer y morir ha llevado a mucho estudio, experimento y viaje. Un explorador antiguo de las Américas, Juan Ponce de León, según se cree, buscaba la “fuente de la juventud”. Se creía que esta fuente se encontraba en las Islas Bimini (en las Bahamas), y que sus aguas supuestamente convertían a los ancianos en jóvenes. En vez de hallar la isla, Ponce de León halló la actual Florida, lugar que se relaciona con la fuente imaginaria, la fuente de la juventud.
Dios creó al hombre para que viviera para siempre en el paraíso que él le había preparado (Génesis 2:8). Sin embargo, cuando Adán y Eva le prestaron atención a Satanás y cayeron en desobediencia y pecado, Dios tuvo que maldecir la creación (Romanos 8:20). Dios luego les prohibió la entrada al huerto ya que, si seguían comiendo del fruto del árbol de la vida, iban a vivir para siempre en esa condición pecaminosa (Génesis 3:22-24). El hombre, al igual que toda la creación, empezó el proceso de la muerte (Romanos 8:22-23; 1 Corintios 15:22). No debemos interrogar a Dios. Él es soberano y sabe lo que es mejor para cumplir “toda justicia” (Mateo 3:15).
La muerte, que instigó Satanás, pero que inició Dios, fue un esfuerzo de mantener la justicia a través de nuevos comienzos. Un niño nace en este mundo en inocencia y con una conciencia limpia. Él también hereda la naturaleza de Adán que lo vuelve innatamente egoísta y lo inclina al mal (Salmo 58:3). Al madurar, tiene que elegir entre el bien o el mal y llega a ser culpable por su pecado. En un cuadro más grande, las culturas humanas han surgido una y otra vez, y han mostrado una gloria temporal por medio de la arquitectura y el poder militar. Sin embargo, inevitablemente, estas culturas llegan a ser viles e inhumanas, y Dios las destruye. “Si él derriba, no hay quien edifique” (Job 12:14). “A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré (…) hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré” (Ezequiel 21:27).
La muerte se considera un enemigo. Jesús la derrotó en el Calvario y es el último enemigo que derrotará en la consumación de los eventos mundiales (2 Timoteo 1:10; 1 Corintios 15:24-26).
Cuando la muerte primeramente surgió como juicio por el pecado, la esperanza de vida aún era de 900 años a más. Adán vivió 930 años. Su hijo Set llegó a los 912 años, Cainán 910, Jared 962 y Matusalén murió a los 969 años. El diluvio mundial en los días de Noé en donde ocho personas fueron salvadas (1 Pedro 3:20), resultó ser un “obstáculo” de la vida útil y de la genética. Una selección limitada de una especie siempre reduce la diversidad genética.
Dios también se mostró nuevamente tolerante hacia las faltas del hombre. “Y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8:21). Él puso un arcoíris en el cielo con la promesa de que no volvería a destruir la tierra con otro diluvio. Pero, en cambio, hizo (quizá por medio de cambios atmosféricos) algo para reducir considerablemente la esperanza de vida.
El hijo de Noé, Sem, vivió 600 años, Arfaxad 438, Peleg 239, y así sucesivamente hasta Abraham, que vivió 175 años. Ya para la época de Moisés, la esperanza de vida se había reducido a 70 u 80 años, un número común hoy día (Salmo 90:10).
El pecado sigue acortando la vida por medio de la ebriedad, los accidentes, las drogas, los crímenes, el suicidio o las enfermedades causadas por el pecado de la inmoralidad. Las pestes y condiciones difíciles a través de la historia han llevado a muchos a una vida corta y miserable. Desde hace años, en Pensilvania donde vivo, había muchas minas de antracita. Aquí, al igual que en Europa, los hombres vivían en condiciones míseras extrayendo carbón de los oscuros túneles. Al finalizar la semana, recibían su pago y lo gastaban en licor. Los lunes volvían a los oscuros túneles.
Se dice que había cuarenta bares en el pueblo de Williamstown. La ciudad de Mahanoy es un pueblo típico de la minería, formado por una fila de casas con una vieja mansión en el centro del pueblo. La mansión le pertenecía al cervecero, a quien le quedaba el dinero de los mineros, mientras las familias de estos sufrían las consecuencias. Los mineros padecían de una enfermedad pulmonar causada por el polvo del carbón, y muchos morían de tos a los cuarenta años. Si era mucha su desesperación, usaban dinamita en un terreno desocupado y acababan con todo. Así es la vida de quien peca sin tomar en cuenta el bienestar del prójimo.
En general, cuanto más la persona se entrega al pecado, más se le acorta la vida. Sin embargo, siempre hay los que han llevado una vida mala e injusta, y parecen no sufrir ninguna consecuencia. Job dijo: “Viven los impíos, y se envejecen, y aun crecen en riquezas (…) pasan sus días en prosperidad, y en paz descienden al Seol” ( Job 21:7, 13). La ley de la retribución no siempre se cumple en esta vida.
Hoy, por medio de medicamentos ‘milagrosos’, muchas veces la esperanza de vida se ha alargado. Se dice que una tercera parte de las personas con vida hoy día habrían fallecido sin los avances médicos. En estos días, me mantengo con bastante buena salud gracias a la bondad de Dios, varias pastillas y una inyección de insulina a diario. Los científicos continúan buscando maneras de prolongar la vida. Sin embargo, estas ventajas médicas en los países más adinerados no alcanzan a los muchos pobres del mundo.
El envejecimiento es un deterioro del cuerpo que empieza con las células y el ADN. Según parece, desde que Dios desató el juicio sobre el pecado, el cuerpo quedó destinado a deteriorarse (Eclesiastés 12:1- 7); (léase Salmo 139:15-16). Se descubrió que los cromosomas en las células tienen unas tapas terminales (telómeros) que se acortan con la edad. Hasta hoy, no se ha descubierto nada que prolongue la vida. Al parecer, el punto máximo que una persona puede llegar a vivir son 120 años. En la década de 1960, Leonard Hayflick determinó que las células del cuerpo no se reproducen de forma indefinida. Las células tales como las neuronas cerebrales se pierden y no se sustituyen.
En los países donde abunda la promiscuidad, como Sudáfrica, la tasa de mortalidad por el SIDA es muy alta. Una estadística dice que el cuarenta por ciento de los adolescentes no llegan a cumplir los veinte años. Millones de vidas se pierden a través del aborto. No están presentes para hablarnos, pero existe un clamor, pidiendo la justicia.
Al considerar este asunto y la edad en que Dios nos responsabiliza de nuestros pecados, llego a comprender que, por medio de la muerte, Dios lleva al cielo a la mayoría de las almas de este mundo. “Tendrás afecto a la hechura de tus manos” (Job 14:15). Satanás no gana a la mayoría de las almas. La sangre sacrificial de Jesús cubre los pecados de los niños inocentes (Marcos 10:14). Por tanto, aun en la muerte, Dios frustra el propósito que Satanás tiene de ganar para sí una parte de la raza humana. “¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).
Pero ¡ay de los que cometen estas maldades! Jesús dijo: “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6). El hombre se enaltece y por un tiempo corto se siente muy fuerte, inteligente y orgulloso de su libertad y sus logros. Sin embargo, un clamor se eleva al cielo de las víctimas de un estilo de vida acelerado y egoísta. Dios dijo de Sodoma: “Descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí” (Génesis 18:21).
La misericordia y gracia sin igual de Dios se demuestra al ver que cualquier vicioso que se arrepiente y se aparta de sus pecados recibe perdón y salvación (véase Lucas 23:39-43). El apóstol Pablo también se consideró el principal de los pecadores, habiendo entregado a los cristianos a la muerte. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15).
Fuentes:
De: Una mano amiga